¿Secuestro midiático?

¿Secuestro mediático?

Darwin Franco

En nuestro México mediático de todos los días, existen fenómenos informativos (por no decir televisivos) que hacen sospechar de la veracidad, no sólo de la información, sino del suceso mismo; es decir, cuando la tranquilidad del país parece cimbrarse por fenómenos -casi siempre- económicos, resulta que “mediáticamente” viene algo que acapara la atención haciendo olvidar, de momento, lo que realmente trasciende y golpea los, ya de por sí agujerados, bolsillos de nuestra economía. Para esto sólo hay que recordar al tan afamado “Chupa cabras” en la crisis económica de 1994.

Un inverosímil remake de este fenómeno ocurrió el pasado 9 de septiembre, justo un día después de que el presidente Felipe Calderón anunció que su proyecto de ingresos 2010 pretende incrementar el 2 por ciento de todos los productos y servicios, incluidos alimentos y medicinas. Aunque ya los diputados, que dicen que sí defienden a los pobres, anunciaron que esto no pasará.

El fenómeno mediático al que quiero hacer referencia es al “secuestro” -así entre comillas- del vuelo 576 de Aeroméxico, ruta Cancún-Distrito Federal, mismo que fue perpretado por un fanático religioso boliviano de nombre: José Mar Flores Pereira quien, armado con dos latas de “Júmex”, secuestró el avión con el objetivo de informar al Presidente y al pueblo de México sobre un futuro temblor (información privilegiada que éste obtuvo por filtraciones divinas).

El punto aquí no es poner en tela del juicio las inspiraciones divinas del secuestrador, sino la manera como las televisoras usaron este hecho para desplegar todo su arsenal y desviar la atención sobre la polémica iniciativa calderonista. Por más de tres horas, ambas televisoras (Televisa y Tv Azteca) trasmitieron de forma constante el “minuto a minuto” de la situación del secuestro.

“Sin querer queriendo”, como diría el Chavo del 8, resultó que Televisa ya tenía a unos reporteros en el aeropuerto -quienes ipso facto tenían ya la mejor toma- y que Tv Azteca ya tenía en la línea telefónica a parientes de algunos pasajeros cuando poco antes se informaba, por medio de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), que no se darían a conocer los pormenores del vuelo y del, hasta ese entonces, “supuesto” secuestro para evitar generar alarma.

Pero la alarma no vino del avión, sino de las pantallas televisivas que “en vivo” nos hacían partícipes del secuestro, generando más expectativas que las del supuesto secuestrador. De las televisoras vinieron infinidad de hipótesis: que eran ocho, cinco o tres los secuestradores, que venían fuertemente armados, que poseían bombas para hacer explotar al avión, etc.; como también exacerbaron la capacidad del gobierno de Calderón en materia de seguridad, al hacer alarde del despliegue militar y policiaco que se trasladó al aeropuerto para hacer frente a este acto de “terrorismo”.

Y no es que desdeñe la magnitud que puede tener y que tuvo la ocurrencia del líder religioso, sólo que creo que también hay que hacer evidente cómo es que las televisoras incrementan, a tal punto de ficcionalizar los hechos, los fenómenos informativos.

¿Por qué vendernos una historia de acción que tiene un final de comedia? ¿Qué intereses hay detrás de una excesiva cobertura, cuando las conclusiones a que llegan carecen de contexto? ¿Qué no hubo alguien que recomendara que el mejor alivio para bajar la presión por el incremento de los impuestos: era esperar al partido de la Selección Mexicana?

Sin duda, un fenómeno que nos hace pensar en la televisión que vemos.


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